Cuando las más bellas aves ceremoniales se codean con un esqueleto de dinosaurio del Jurásico: y una casa de animales de inspiración naturalista.
Nada más llegar, se puede cruzar con una majestuosa ave de cuello largo y grácil, cuyo macho, de un azul tornasolado, se pavonea fácilmente en público durante la época de celo: es el pavo real, emblema de los jardines donde vive en libertad y contribuye a la belleza del parque, al igual que las magníficas palomas de colección que arrullan dentro de la pajarera.
Esta casa de animales refleja el espíritu naturalista del siglo XIX: en ella puede admirar dioramas de la época, fotografías de escenas de la vida salvaje a tamaño real y testimonios del gusto por las ciencias naturales de entonces. Julien de Cerval, heredero de Marqueyssac en 1861, fecha en la que recibió un primer premio por su colección de árboles frutales, pasó a formar parte de pleno derecho de este mundo intelectual, marcado por la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin. Era una época de efervescencia, investigación y curiosidad… Y mientras que en el Périgord se descubría un rico pasado prehistórico, en los numerosos yacimientos que bordean el valle del Vézère, al otro lado del Atlántico salieron a la luz los antepasados de las aves actuales y los primeros fósiles de dinosaurio.
Desde la primavera de 2017, el Pabellón de la Naturaleza ha acogido un esqueleto de alosaurio de 7,50 m de longitud y de 2,50 m de altura, descubierto en 2013 en Estado Unidos y adquirido en diciembre de 2016 por Kléber Rossillon. Con una antigüedad de 150 millones de años, conservado de forma excepcional en un 75 %, este testigo es uno de los más representativos del Jurásico en Europa. Constituye actualmente la culminación de una evocación espectacular y sin precedentes del estimulante ambiente de asombro y descubrimiento que marcó la época de la creación de los Jardines de Marqueyssac.